Los frailes hacían, además de los tres votos de la vida religiosa, pobreza, castidad y obediencia, un cuarto: dedicar su vida a liberar esclavos. Al entrar en la orden los miembros se comprometían a quedarse en lugar de algún cautivo que estuviese en peligro de perder la fe, en caso que el dinero no alcanzara a pagar su redención. Entre los que se quedaron como esclavos está San Pedro Armengol, un noble que entró en la orden tras una juventud disoluta. Este cuarto voto distinguió a la nueva comunidad de mercedarios.
El Papa Gregorio Nono aprobó la comunidad y San Pedro Nolasco fue nombrado Superior General. El rey Jaime decía que, si había logrado conquistar la ciudad de Valencia, ello se debía a las oraciones de Pedro Nolasco. Cada vez que obtenía algún triunfo lo atribuía a las oraciones de este santo. Antes de morir, a los 77 años (el 25 de diciembre de 1258), pronunció el Salmo 76: «Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos y con tu brazo has rescatado a los que estaban cautivos y esclavizados». Su intercesión logró muchos milagros y el Papa Urbano VIII lo declaró santo en 1628.
La misión redentora la continúa hoy la familia mercedaria a través de sus institutos religiosos y asociaciones de laicos. Es también la misión de todo buen cristiano.