A este sabio doctor mercedario le cabe el honor de haber defendido públicamente en París y en su escrito Vida de Lázaro, la Inmaculada Concepción de la Virgen María antes que ningún teólogo de occidente, en 1295. Sus hermanos redentores enviaron varias veces el precio de su rescate, pero él prefirió que otros cautivos recobraran la libertad en su lugar. Los cincuenta años que vistió el hábito blanco habían dejado en su alma la impronta mercedaria. El 6 de diciembre de 1300 fue decapitado en la mazmorra, revestido todavía con los ornamentos que había empleado para celebrar la misa. Su cuerpo fue sepultado en el mismo lugar donde estaba la prisión y donde murió. Los cristianos llamaron a este lugar Cerro de los mártires. Sus escritos constituyen un valioso legado de la Orden de la Merced. Algunos escritores mercedarios, como Manuel Mariano Ribera (1720), Juan Interián de Ayala (1721), y Pedro Armengol Valenzuela (1901), han defendido el estado religioso y la profesión mercedaria de este ilustre obispo de Jaén. Recogieron y publicaron sus obras los padres Bartolomé de Anento, 1676, y Pedro A. Valenzuela, 1905-1908.